domingo, 8 de junio de 2008

La sinceridad de la clase media o el fascismo a la vista

Días de campo. Campo fértil para que se manifestara sin eufemismos ni correcciones políticas el ínsito fascismo del medio pelo en una coleccionable muestra de expresiones de xenofobia, racismo, egoísmo, falta de la más mínima sensibilidad, desdén por el sufrimiento de los otros, y peor todavía, inconciencia de su propia situación de ser furgón de cola de los dueños de la tierra. Ciudad y campo, campo y ciudad. Macri, siguiendo con lo que ya preveíamos quienes advertimos que no había que votarlo por la elemental razón de conocer su trayectoria, si así puede llamársele, quiere hacer un plebiscito para erradicar o urbanizar las villas, asentamientos y otros sucuchos a los que van a parar los condenados de la tierra. Demonizar al otro, sobre todo si es negro y pobre, es el denominador común de todos esos discursos que envenenan el aire porteño fogoneados por los medios. El aumento de ABL, la falta de gas, los subtes interrumpidos, la incapacidad administrativa son hechos, no conjeturas, y aun así, los felices votantes, parecen seguir dándole crédito al insigne jefe de gobierno que tiene ahora una idea a la que hay que concederle su mérito: preguntarle a esta gente con delirios de grandeza, como se decía entre la clase media hace unas décadas, si quieren que se administren los fondos públicos en beneficio de los que no tienen techo, o bien, que se los saque de la vista porque son afean y ensucian con su sola presencia la bella ciudad. Y si son extranjeros, no turistas con euros o dólares, sino exiliados de sus países buscando, digamos, algo, tanto peor. Xenofobia del Bicentenario. En el primero fue contra los antepasados de la gloriosa clase mediocre, pero con la facilidad que tienen para el olvido, o el desconocimiento de la historia, ni saben de los abuelos o bisabuelos que vivieron hacinados en conventillos, de donde como ahora, de un día para otro, eran desalojados, de los abuelos o bisabuelos que si conseguían trabajo, ganaban poco, muy poco, y no tenían leyes sociales siquiera, de las mujeres que entre la máquina de coser, la pileta de fregar o la prostitución no sabían cuál elegir, de las que tenían que esconder la ropa lavada y colgada en el patio del conventillo porque estaba prohibido, de las familias que, como ahora, se asfixiaban con los braseros, de las huelgas y los pogroms, con la activa participación de los elegantes de esa época (claro que de clase más alta) con su Liga Patriótica, apestando de banderas celestes y blancas, tan nacionales y nunca populares. Mejor los sepulcros blanqueados, ya que no las cuentas públicas. Mejor que, como en tiempos de la dictadura, los manden lejos a todos esos engendros que vaya a saber por qué motivo quieren vivir, y vaya a saber por qué motivo, sobreviven. Algo habrán hecho, así que, fuera. Y que la vista sea agradable y los terrenos queden disponibles para hacer bellos documentos de barbarie.
Y que a esos vagos que andan repartiendo estos volantes los manden a los caños.
Ante todo esto uno se da cuenta por qué Hitler tuvo consenso, por qué sus aplicados discípulos, los militares argentinos también, por qué hay piquetes elogiados y piquetes execrados. Por qué se tolera la destrucción del suelo, el desperdicio de alimentos y no a un chico vendiendo chucherías en los bares. Algo huele a podrido y no es precisamente esa basura que tienen que andan hurgando los vagos, seguro para entretenerse un rato en las noches de intemperie.