viernes, 6 de abril de 2007

Lo han dejado sin rostro


Lo han dejado sin rostro... dijo una de las compañeras de trabajo.
La granada le dio en la cabeza y le desfiguró la cara. No otra cosa podía esperarse, borrar, eliminar de la faz de la tierra los rostros, las vidas de los que aman, de los que luchan. Una de las formas de la desaparición.
Ya es mucho que se reprima una manifestación de maestros por pedir aumento de sueldo, ya es mucho que la saña policial se deje ver con una soberbia solamente alimentada por el reaseguro de la impunidad.
Y sigue siendo demasiado que se agrande el número de gente asesinada por andar haciendo alguna cosa en favor de los elementales derechos de vivir dignamente, estudiar, trabajar o comer.
Es demasiado. Y no cesa.
Es así como de pronto uno siente una esquizofrenia, mientras está sucediendo esto, en la televisión muestran la detención de un represor.
La historia es una y sigue, siguió después del proceso, está lentamente, y después de veinticinco años, emergiendo apenas la guerra de Malvinas, las nefastas décadas del ochenta y noventa son todavía asignaturas pendientes. Esto se da en todos los órdenes de la sociedad y dice fundamentalmente una cosa: que las alimañas agazapadas no se pierden la oportunidad, cuando se les da, de hacer lo único que saben hacer: excluir, por la vía que sea, a la gente cuyo rostro hace pensar que el ser humano puede ser algo mejor que una carcaza miserable, fatua, criminal.